En tiendas y supermercados, los colores cálidos y vibrantes como el rojo, el naranja o el amarillo han demostrado ser eficaces para despertar la atención y estimular compras impulsivas. Estos tonos crean una sensación de urgencia o entusiasmo, empujando al consumidor a tomar decisiones rápidas. El reto es saber en qué dosis y puntos aplicarlos para no sobrecargar ni distraer al cliente.
Por otro lado, en establecimientos como cafeterías, librerías o spas, los colores suaves y fríos invitan a relajarse y prolongar la estadía. Los azules, verdes o lilas transmiten calma y favorecen una experiencia más placentera, alargando el tiempo de estancia y aumentando la posibilidad de consumo adicional. La elección cromática acompaña así todo el recorrido, desde la entrada hasta la despedida.
Los colores en un espacio comercial son también una extensión de la identidad de la marca. Elegir una paleta alineada con los valores y el público objetivo refuerza la imagen y hace que el establecimiento sea memorable. Un restaurante elegante optará por tonos sobrios y sofisticados, mientras que una tienda para niños priorizará colores vivos y divertidos, asegurando coherencia en la experiencia del cliente.